domingo, 28 de junio de 2009

La enseñanza en la época colonial


En la época colonial, teniendo como partida al humanismo clásico renacentista que evocó las primeras novedades a la Nueva España, imponiendo un estilo medieval y prerreformista

Por otro lado, en los restantes dos siglos de la vida colonial, no existió en la Nueva España un sistema organizado de instrucción, persistió el individualismo y el desorden.

El primer paso que dio origen a la instrucción en la época colonial, fue la evangelización de los aborígenes.

Poco tiempo después, cuando quedo descuidada la educación indígena, se solicitaron instituciones que asegurasen a los criollos el acceso a los estudios superiores, quedando bajo la responsabilidad compartida de los profesores universitarios, los particulares y los claustros de las órdenes regulares.

Aunque el fin de la evangelización del indígena de la Nueva España  era que se les instruyera a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todas las cosas  se que mandaba.

Un aspecto importante que se dio en los principios de la colonización, fue enseñar las artes y oficios a los misioneros logrando así que los indios dispusieran de una fuente de ingreso para su vida material dentro del sistema económico a la europea, aunque la más grande dicha era, que se les había rescatado a los vencidos de su desesperación mortífera y haberlos animado a vivir la nueva vida. Ya que recurrir a una fuerza que los animara y los completara a vivir hará viable su subsistencia (Alexis de Tocqueville).

Para consolidar y perpetuar el futuro de la conversión de los indios, era imprescindible cristianizar a su familia, ya que era considerada como la última célula de la sociedad humana, contando con una gran colaboración de la mujer, sin cuya formación todo esfuerzo quedaría inseguro.

A las educandas se les enseñaba en la doctrina cristiana, teniendo por maestras ayudantes a señoras viejas que sabían oraciones de coro y maneras de rezar; todas ellas seguían esa instrucción en los patios de las iglesias, hasta que llegaba el momento en que se casaban.

Sin embargo ya en 1529 la educación femenina entraba en una fase más avanzada, contando con una casa de recogimiento y doctrina para niñas y mujeres mayores, descrita por Zumárraga el 27 de agosto de dicho año.

Ahora bien lo que se conoce hoy como instrucción primaria, se conocía generalmente como primeras letras, y sus maestros los eran del nobilisimo arte de leer y escribir; era habitual que los cursos impartidos en las instituciones religiosas se orientasen hacia la enseñanza del latín, por otra parte también hubo profesores de gramática, lectura y escritura.

Por su parte La Real Universidad ofrecía cursos de latín para niños de corta edad, a la vez que las facultades superiores como Cánones o Teología y las facultades menores que constituían la carrera de Artes.

Nada se menciona en los documentos sobre la enseñanza del castellano, pero cabe suponer que la lectura y la escritura se impartiesen ya en la lengua de los conquistadores. Por otro lado dos conventos agustinos abrieron sendos colegios para jóvenes criollos.

En 1543 el monarca Carlos I dio por sentado que los estudios serían similares para unos y otros: “donde los hijos de los españoles, legítimos y mestizos, como algunos indios por ser lenguas y por que puedan mejorar aprovechar con ellos, deprendan gramática y, juntamente con ella, los indios hablen nuestra lengua castellana”. En este caso y por razones prácticas, la enseñanza de las primeras letras se combinaba con los estudios superiores propios del estado eclesiástico.

Una vez establecidas las primeras familias españolas en la Nueva España surgió la necesidad de dar educación a sus vástagos, esta necesidad se fue cubriendo con los nuevos inmigrantes, entre los que llegaron clérigos seculares, bachilleres sin ocupación determinada y maestros de primeras letras, más o menos capacitados.

Para quienes habían ejercido el magisterio en Castilla, eran bien conocidas las ordenanzas y privilegios que reglamentaban su trabajo, por estas razones para muchos fue fácil improvisar una profesión, por estas causas tuvieron que intervenir los cabildos para evitar abusos y proteger a los alumnos, es así como en 1557 el ayuntamiento de México fue organismo encargado de cobrar las fianzas y expedir las oportunas licencias.

Existía por otra parte las llamadas migas o amigas, que se les designaba indistintamente a las señoras que educaban niñas y a los establecimientos en que las recibían, su tarea más precisa era enseñar catecismo y buenos modales; pero las ordenanzas de 1601 llegaron también hasta ellas, decretando que se les prohibía la enseñanza de los varones por pequeños que fueran, ya que imaginaban amenazas a la virtud de los pequeños, quienes mencionaban que podían sufrir tentaciones contra la castidad ante la perturbadora presencia de sus compañeritas del sexo opuesto.

Todo esto marca una importante inquietud por la instrucción, pero a su vez una reacción conservadora que ignoraba el valor del conocimiento que impedía a las mujeres la aproximación a los estudios.

Estas apariciones de diversas formas de instrucción muestran el inicio de la educación en los primeros siglos de la colonia, escalando peldaños, aunque muchos fueron los desaciertos, irregularidades e injusticias hacia los más marginados.

Existió mucha inequidad para la educación de las mujeres; en cuanto a los mestizos, indios y negros se les negó paulatinamente el derecho a una mejor educación y el ejercicio de la profesión.

Treinta años después de la conquista de Tenochtitlán se erigía la primera universidad del continente americano en la capital de la Nueva España, aunque el traslape de una institución tan respetada como era esta no parecía necesaria ni urgente desde el punto de vista práctico.

Al final de la época virreinal la universidad mexicana era un organismo con personalidad propia y fiel conservadora de tradiciones, conocimientos e ideas.

La influencia de la universidad en la vida colonial no podría medirse por el número de estudiantes, su proyección se realizo por medio de los eclesiásticos, que salidos de sus aulas, se dedicaban a sus ministerios. Aunque el prestigio intelectual siempre fue reconocido por la sociedad novohispana.

La universidad española del siglo XVI, como parte de la vida intelectual de la cristiandad, tenía una apegada tradición medieval, pero al mismo tiempo recibía un nuevo aliento de vitalidad, inspiradas en las reformas del Renacimiento.

La concesión de privilegios pontificios y reales a maestros y estudiantes, la organización de estos gremios y cofradías, su instalación definitiva en algunas ciudades y cierta sistematización en los temas y materias de estudio contribuyeron a la progresiva institucionalización del saber.

La falta de un programa definido limitó la dirección metodológica a la adopción del viejo esquema de las artes liberales, todo el saber conocido debía agruparse  en dos grandes ramas: el Trivium  (gramática, retórica y lógica y dialéctica) y el Quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía), no obstante la gramática, es decir el latín, debía ocupar el primer escalón del aprendizaje.

La culminación de los estudios eran las facultades mayores, Teología, Derecho y más tarde Medicina, aunque le máximo galardón era la atención de un grado académico, de bachiller o maestro; a finales de la Edad Media se consideraba normal un periodo de ocho o diez años de estudio en la universidad.

Si bien es cierto que hasta el siglo XV  la educación universitaria se concebía como erudición exclusiva de minorías, los esfuerzos por poner la cultura al alcance de la mayoría de fueron nuevos métodos de estudio modificaron los reglamentos de los colegios y universidades y contribuyeron a consolidar la tradición literaria-teológica-humanista.

Mientras la universidad medieval aspiraba a dirigir a los estudios en el camino de la verdad y no desdeñaba en conocimiento de nuevos temas o nuevos autores, la postridentica defendió el único saber verdadero que se concentraba en la fe católica y era inmutable y eterna.

La universidad era considerada como un elemento integrador capaz de lograr el ideal de la unión dentro del marco ideológico de la cristiandad. Por otro lado cuando el obispo fray Juan de Zumárraga gestionó la introducción de la imprenta, envió libros destinados a las bibliotecas del convento de San Francisco y de la catedral, y designó a un maestro de gramática.

En definitiva, sin perder de vista el ideal humano criollo era diferente del que prevalecía en la península. El número de alumnos, su origen y procedencia y la utilidad final que sacarían de los estudios son aspectos cuantificables que pueden explicar la diversidad dentro de la homogeneidad de las universidades hispánicas.

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